Si usted identifica el discurso realmente existente en la arquitectura «moderna», su ideología, ahora imagine el discurso sobre el patrimonio arquitectónico moderno poniendo en valor al discurso anterior, reproduciendo su ideología, llevando la alienación a toda la sociedad.

Fuente: Jonathan Machado (2019). Ex trabajadora del hotel Quito.

En un proceso irreversible de urbanización capitalista en el centro norte de la ciudad de Quito, no debería sorprendernos el desenlace del bien inmueble donde funcionaba el Hotel Quito, que en su etapa final fue convertido en un paquete accionario en el mercado bursátil, dejando a centenas de trabajadores y familias en el desempleo. Y no debe sorprender, porque el tiempo del edificio de generar rentas favorables y una revalorización del suelo terminó. Esta explicación se sostiene, de modo general, mirando el cause natural de la marca del urbanismo y la arquitectura modernos en el resto del globo.

Tampoco presenciamos un momento atípico en el discurso patrimonialista, en el que se prepara un relato de lo que hay que conservar, en nombre de una élite decadente que prefiere resguardar sus intereses de glamour y folclor, a aceptar la irremediable embestida de capitales transnacionales; que curiosamente son los mismos con los cuales se forjó este objeto de culto arquitectónico, símbolo de una identidad local de los años 60.

Otra vez, la petit burguesía intelectual ha decidido qué se debe conservar, en oposición a la vocación de un suelo que probablemente no han intentado ni les ha interesado revertir. Ojalá la hubiésemos visto preocupada por los despidos de los trabajadores que llevaban allí decenas de años, o por la cotización en capital ficticio de un bien inmueble subastado, vendido y revendido entre públicos y privados. Ahora, en la desesperación de perder uno de los últimos emblemas de su identidad de clase, se abren exposiciones, inician conversatorios, debates y foros especializados para salvar un símbolo ¿de qué? En otro plano, por supuesto, de la violencia urbanística y la dominación cultural, algo de lo que nadie parece querer hablar. A lo sumo, se oyen esas voces paternalistas que hablan, en romance, de una simbiosis cultural perpetrada en un giro de diplomacia multicultural y cafés políticos de la belle époque quiteña.

De prevalecer la lucha conservacionista, esta fracción de la burguesía urbana tendrá un gran desafío, pasar del marco de la conservación de un bien inmueble atado a un paisaje privilegiado para pocos y una historia de explotación social, hacia la construcción de un relato que busque frenar la voracidad inmobiliaria, al menos en ese pedazo de la ciudad, y devuelva un sitio exclusivo al resto de la comunidad. Esto significaría a todas luces, desafiar al modelo rentista de gestión público-privado y tener la fuerza de proponer la democratización de un patrimonio suntuoso, es decir, colectivizar el lugar que ocupa el hotel llamado Quito: símbolo de modernidad soñada, símbolo de clase y símbolo inequívoco de la mercantilización de la ciudad a través de la arquitectura de estilo internacional, el turismo de lujo y la folclorización de las culturas aborígenes. Reto imposible, desde mi punto de vista, si se sigue defendiendo el patrimonio de las fichas e inventarios y no el patrimonio de la gente.