Retomando algunas reflexiones de Henri Lefebvre sobre Mayo del 68, anunciadas en junio de aquel año en su obra L’Irruption de Nanterre au Sommet –irrupción considerada por el filósofo y sociólogo francés como un acontecimiento que permitió elevar desde abajo un estatuto social y teórico sobre la revolución de mañana– hacemos un salto casi exacto de medio siglo, para pensar en la revolución de hoy. Así, entendemos que aquel capitalismo monopolista de estado que dirigió a la sociedad francesa en 1968 ha sido «superado» por un capitalismo global que avanza desigualmente a través de las geografías del planeta. Bajo este contexto, viajamos a Ecuador para buscar «conciliar» brevemente a manera de hipótesis algunas ideas de Lefebvre sobre lo que precedió y prosiguió a Mayo del 68 con el presente político ecuatoriano y su futuro inmediato. De este modo, partimos al igual que el teórico francés, pero en el Ecuador actual, de la creación de un vacío social, político e institucional, llenado provisionalmente por el poder de las élites, lo que conduce inevitablemente hacia el (re) nacimiento de una impugnación por el momento desprovista de estrategias, arriesgándose, por tanto a terminar aspirada en ese vacío, con su corolario: la autodestrucción del propio Estado.

Ahora bien, sin descartar algunos antecedentes bastante aludidos en lo que va del año, en referencia a la traición de principios, el incumplimiento del programa y la incompetencia en la gestión del gobierno de Moreno, hay que decir que preocupa especialmente la instauración concreta de una estructura de autorregulación planificada (del marco constitucional, de la economía en general, de los medios de comunicación, de la urbanización, del sistema inmobiliario, del modelo turístico, etc.) capaz de crear ese gran «vacío con límites» alrededor del Estado y de un efecto devastador para los cuerpos intermediarios entre la sociedad civil y la sociedad política. Así, lo que empezamos a ver es que los grupos sociales ya no tienen ningún proyecto, en tanto que pasan a ser objetos dentro de programas gubernamentales, por tanto dejando de ser sujetos políticos, los grupos se están convirtiendo en sujetos del poder.

Pero ¿de qué poder? Pues en este caso, el de un Estado auto-reducido que promueve la mediación de lobbies compuestos por las élites locales y globales en lugar de instituciones; incluso entre estos lobbies han aparecido, como se ha visto, el de los representantes de la clase trabajadora, en un proceso aupado por varios partidos de la «izquierda» tradicional y oportunista. Esta forma de estado, con apariencia de separación de poderes y una super–especialización ejecutiva, puede concebirse –indica Lefebvre– como un listado de “funciones disociadas dentro de una unidad ficticia”. Unidad administrada por un poder “personal”, que es el de una fracción de la burguesía incluso competente, dedicada, capaz de sostener una estrategia política y una cierta racionalidad; no obstante, este poder personal no está administrando los intereses particulares, sino un país, el país del regreso a los Noventas.

Viendo un poco hacia adelante, fruto de una «realidad» social que siente el incumplimiento del programa, la ausencia de proyectos materiales, la falta de oportunidades y referencias, se entiende que empiece a emerger una impugnación, la cual, de no contar con un sentido, una estrategia, corre el riesgo de ser aspirada o lanzada a ese vacío restringido en el que se le permitirá creer que es ilimitada y que tiene la capacidad de transformar las estructuras; y aunque pudiera remover alguna, es posible que acabe debilitando aún más al propio Estado frente a la nueva posición de las viejas élites. Entonces, en el sentido que toman estas luchas encontramos una contradicción que debería resolverse al interior de una estrategia de impugnación que al mismo tiempo que conteste a la política absoluta impuesta por el Estado, impida el despliegue o la expansión de los poderes neoliberales.

Esta estrategia (como hipótesis) haría mejor, enfocándose en la renovación de la centralidad de las entidades intermediarias y la creación de nuevos sujetos colectivos (grupos y sindicatos afectados, burocracia afligida, etc.) que medien entre la sociedad (clase popular y movimientos de base) y la política (partido de impugnación, mediación electoral y pedagogía social), que buscando socavar aún más el vacío (por ahora de limites muy rígidos) creado por el Estado. Lo que supondría en términos generales, (re) politizar la sociedad y socializar la política, pero, sin contar –en principio– con el conjunto de las capas medias, en este punto, alienadas por el recobrado poder de los lobbies que hacen gala, y convertidas en sujetos de la política absoluta. A saber, una clase social en cuya espontaneidad y movimiento se ha mostrado frágil e incauta, como casi todas las clases revolucionarias (incluida la de Mayo del 68) que no encontraron un sentido, una dirección definitiva.