En el marco de un sinnúmero de respuestas ante la emergencia provocada por la catástrofe sísmica en Ecuador, no cabe sino elogiar la energía de un pueblo volcado a ayudar, articulado (no sin dificultades) a los sectores público, privado e internacional. Con la consigna de ‘primero la vida’, están obrando prodigiosamente sobre un plan de emergencia nacional en ejecución, y ofreciendo en esta primera etapa un rostro esperanzador en medio de un proceso complejo de larga duración. En este contexto, sembrado de dolor, ilusión e incertidumbre, cabría preguntarse ¿Y luego qué? Bajo esta consideración me permito hacer una pequeña reflexión sobre la cuestión del espacio social, mientras transcurren las acciones de emergencia.
En un escenario post-emergencia humanitaria, es indispensable que la recuperación física de las áreas devastadas en los pequeños y medianos poblados damnificados, sea una palanca transformadora de la realidad espacio-marginal de los grupos humanos allí asentados. Si bien, ahora mismo el tejido social ha estallado, eso no significa que estos grupos, económicamente vulnerables, luego de un tiempo todavía indeterminado, puedan recuperar también lo mejor de su cotidianidad y de sus relaciones sociales. Es precisamente en este campo que la recuperación física debe apuntalarse, propendiendo a la producción colectiva de espacios comunitarios con el presupuesto y acompañamiento de las instancias públicas planificadoras y ejecutoras, tanto a nivel nacional como local.
Insisto en la idea de -presupuesto y acompañamiento público- para la producción social del hábitat: vivienda, calles, aceras, parques, servicios, equipamientos, espacios de asociación, ocio y deporte, etc. Pues no es difícil imaginar, que muy pronto empezarán a llegar los proyectos de reconstrucción a gran escala, en la lógica siniestra del capital y la seguridad, que exploten hábilmente las plusvalías, obteniendo no solo el mayor valor de cambio del suelo (público y privado), sino también el máximo provecho del cuadro de necesidades y desesperación de los seres humanos. Entonces se promocionarán urbanizaciones cerradas de vivienda (segregando y destrozando la vida cotidiana), el incremento del área vial para el auto o el acrecentamiento -innecesario- del espacio público. Y por supuesto, dadas las características de la zona, la oferta de una infraestructura hotelera (resorts), que apueste por la ‘racionalidad’ productiva, creadora de empleo, decisiva a la hora de privatizar las playas del norte del país (que hasta hace una semana, quizás no eran -tan- conocidas para la depredación urbanística, o tal vez si, pero las condiciones de explotación eran distintas).
En general, volviendo a la idea central, es la sociedad la que produce sus espacios, y no tendría que ser de otra forma, cuando estos le han sido súbitamente arrebatados por un evento natural. Tampoco se debe pretender que las áreas destruidas se conviertan en laboratorios urbanos experimentales para la ciencia o la academia. Cuidado (arquitectos, urbanistas, planificadores), allí no tenemos una pantalla en blanco ni un interesante paisaje con gente, para medir, proyectar y representar un espacio. Allí donde había muchísima pobreza, pero también fértiles vínculos comunitarios y alegría, ahora hay un profundo dolor humano. La misma comunidad que ahora necesita de la solidaridad del Ecuador y del mundo, será la que en adelante necesite rehacerse por si misma. Vivir bien, vivir con dignidad, implica también aquello.
¿Será posible esta vez, que las instancias públicas en todos los niveles, además de prever y destinar los presupuestos, puedan planificar y diseñar el espacio con la gente, asegurar en la práctica y en lo formal la organización y/o pujanza vecinal, y facilitar a los vecinos la autogestión, sobre todo de espacios asociativos, de bienes comunes urbanos? ¿Podemos aspirar a que la academia sensible aprehenda ese espacio social, cotidiano, vivido y real, a la velocidad que la práctica exige en estas catástrofes, o será meramente instrumental en este proceso de evidente transformación social?.
Al momento, es tan importante ayudar y dejarse la piel en ello, como aferrarse a la vida. ¿Y luego qué?, luego prevalece una situación crítica, que a mi modo de ver, dejará algunas ventanas abiertas, por las que podríamos observar la eficacia de la urbanización del capital, dadas las condiciones de mercantilización, especulación y privatización del suelo; o el modelo tecnocrático institucional que planifica, diseña y gestiona con las formas ya conocidas desde arriba hacia abajo; o finalmente otra ventana, ansiosa de esperanzas, por la que miramos a un segmento de la sociedad que se pone de pie, y en su dolor, sueña con su transformación. Esta poderosa energía social (colectiva/colaborativa) podrá reducir las desigualdades, pero -disputando y venciendo- en las luchas por la justicia espacial y el ejercicio del derecho político a la ciudad, de la mano con las instituciones, eso solo, si ellas deciden usar la llave de la transformación real: actuar desde el principio con la gente.
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